Rumbo al Gilipuerto – JM Ponte

Por José Manuel Ponte (La Opinión A Coruña) – Martes 14 de septiembre de 2004

El capitán Haddock III, al mando del Sirius VII, había llegado a la posición señalada en las cartas marinas como 43º, 22 minutos latitud Norte y 8º, 22 minutos de longitud ste. Es decir, estaba a la altura de Arteixopolis, la megaurbe que había absorbido a la antigua ciudad de A Coruña. Venía navegando en línea recta desde Bretaña sin novedades dignas de mención en toda la travesía, excepto que el barco tenía que soportar en ese momento una mar bastante gruesa. Llevaba un cargamento de nitrato amónico con destino al puerto de punta Langosteira, pero éste permanecía cerrado por causa del temporal. No era, por otra parte, una circunstancia extraña porque, pese a su catalogación como puerto refugio y superpuerto, la dársena permanecía inhábil para el atraque entre tres y seis meses al año, dado que había sido construida en una zona muy batida por el oleaje y de fuerte resaca. De hecho, cincuenta años después de su inauguración oficial, las obras no se habían terminado y era preciso reforzar los diques cada poco tiempo, con los consiguientes líos políticos entre el gobierno central y el gobierno autonómico sobre a quién correspondía la responsabilidad de pagar la factura. Estaba a punto de amanecer y podían verse brillando a babor las luces de los altísimos rascacielos de Arteixopolis y el destello del rayo láser de la macro discoteca de Hércules, construida en el solar donde antes estuvo el legendario faro romano. í‰ste, a su vez, había sido trasladado, piedra a piedra, hasta punta Langosteira porque en su antiguo establecimiento no cumplía función alguna. Siempre que se acercaba a este punto de la costa el capitán Haddock tomaba como referencia visual esos tres elementos. Pero, esta vez, no tenía tiempo para entretenerse en su contemplación. El temporal arreciaba y él debía estar en contacto permanente con las autoridades marítimas para saber dónde podía resguardar el barco. En el puerto exterior de Ferrol era imposible. Un gasero enorme, que iba a descargar a la factoría de Reganosa, estaba atascado entre el castillo de San Felipe y el de la Palma y se había decretado la alerta general, considerándose incluso la posibilidad de evacuar a la población entera de la ciudad ante el peligro de una explosión gigantesca. Y en la bahía urbana del barrio de ..
A Coruña -a la que los marinos de todo el mundo conocían como el “Gilipuerto del Atlántico”- las cosas tampoco estaban mejor. El alcalde de Arteixopolis, Paco Vázquez IV, se resistía a permitir la entrada alegando que el atraque del carguero podía molestar a los vecinos de los pisos de lujo construidos en los antiguos muelles, muchos de los cuales disponían de garajes acuáticos en los bajos de los edificios para salir a navegar directamente en sus fuerabordas, o en sus motos de agua. Por otra parte, en la zona de más calado se había construido un palacio de congresos y unos cines, y el olor del nitrato amónico podía ofender las narices de los usuarios. Desesperado, el capitán Haddock III sacó el temperamento de su famoso abuelo y juró en arameo.

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